Prácticamente están concluidas las obras del Museo Universitario de Arte Contemporáneo, MUAC, un edificio diseñado por el arquitecto Teodoro González de León. El museo albergará obras significativas desde 1952 en adelante y constituye una de las colecciones públicas más importantes de arte contemporáneo.
Sin duda es un edificio en términos generales bien logrado, con espacios neutros en donde podrán fácilmente adaptarse las obras de gran formato propias del arte contemporáneo. En la plaza que lo conecta con el resto del conjunto es fácilmente identificable la gran escala propia del trabajo de González de León, en donde el edificio noblemente crea un pórtico que cubre una parte de la plancha y que se complementa con un espejo de agua que junto con el vidrio de la fachada crea un delicado juego de reflejos.
Sin duda es un edificio en términos generales bien logrado, con espacios neutros en donde podrán fácilmente adaptarse las obras de gran formato propias del arte contemporáneo. En la plaza que lo conecta con el resto del conjunto es fácilmente identificable la gran escala propia del trabajo de González de León, en donde el edificio noblemente crea un pórtico que cubre una parte de la plancha y que se complementa con un espejo de agua que junto con el vidrio de la fachada crea un delicado juego de reflejos.
El museo se inscribe dentro de la estética del concreto blanco y las transparencias que parece haber adoptado desde la torre Arcos Bosques (el pantalón). Sin duda surge la pregunta sobre el cambio de lenguaje de este arquitecto quien había logrado una estética propia en base a las formas excavadas sobre grandes monolitos de concreto cincelado y ahora coquetea con las formas de la arquitectura contemporánea.
Este guiño hacia lenguajes actuales lo ha hecho coincidir con búsquedas de otros arquitectos, especialmente con el museo de Kanazawa de SANAA (Kazuyo Seijima + Ryue Nishizawa). Aunque el tema de las similitudes y las influencias va a estar siempre presenta en la arquitectura, resulta anecdótico el gran parecido de los dos edificios, coincidiendo en un volumen circular bajo al cual se intersectan algunos prismas que facilitan diferentes cualidades a las salas del museo y que permiten la entrada de luz.
En cuanto a la relación con el lugar, el edificio emerge de la tierra; sensación reforzada por la implementación de un foso perimetral que lo hace literalmente echar raíces en el subsuelo. Pero más que integrarse hay una voluntad explicita por contrastar. La piedra volcánica, porosa, de tonos negros, contrasta con la superficie lisa del concreto blanco. Esta diferencia también marca oposiciones en el contexto de lo construido, es decir, que también se deslinda de las superficies estriadas del resto de los edificios que complementan el Centro Cultural Universitario.
Aunque la confrontación de los materiales empleados y la piedra del lugar es en algunos momentos afortunada, en otros resulta evidente que la geografía original fue transformada y vuelta a colocar a conveniencia del nuevo edificio. Prueba de ello son las minúsculas rocas volcánicas apiladas que por momentos componen la nueva topografía y que no tienen nada que ver con las olas volcánicas petrificadas que pueden observarse a sólo unos pasos en el espacio escultórico.